Rosario Juega su clásico Maratón (los 42k)

07/04/2014
Rosario Juega su clásico Maratón (los 42k)
El último domingo de junio Rosario Juega su clásico Maratón. Participantes de todo el mundo se encontrarán en las calles de la ciudad para escribir una historia anónima y emocionante, el desafío al imposible. Un enfrentamiento con la razón y el cansancio que se verá fatalmente doblegado por tres mil obstinados que privilegian el esfuerzo al facilismo de pensar que la distancia abruma.
Esta disciplina con millones de fanáticos, todos ellos nacidos en el siglo XX, ha convertido a la competencia de 42 Km. en una fiesta anual que la federación internacional de atletismo le regala a cada ciudad. Rosario ya fue incorporada a la categoría de ciudades calificadas por los organismos nacionales e internacionales en esta mítica especialidad.
El domingo 29 de junio vendrán corredores de 30 países y por supuesto de distintos lugares de nuestra Argentina. Esta fiesta del deporte –el único que reúne aficionados y profesionales en el mismo evento- se repite en las principales ciudades del mundo pero en pocas encontrarán un recorrido tan encantador. Además, es la única con premio para los cuarenta primeros de cada categoría.
El punto de encuentro será el Parque Nacional a la Bandera donde están plantados el monumento a los héroe de Malvinas, las esculturas de Lola Mora rodeada por la fuente del pasaje Juramento y por supuesto el Monumento a la Bandera, un ícono de la ciudad.
Los participantes empezarán a llegar apenas salga el sol para hacer los ejercicios de estiramiento y entrar en clima físico, porque la cabeza del maratonista está motivada varios meses antes del evento.
La prueba arrancará a las 9 horas desde el mástil central a la bandera y en el primer kilómetro los corredores irán entre la ciudad y el río, sobre los adoquines de Av. Belgrano entre eucaliptos y palos borrachos centenarios. Al comienzo del parque España un cartel indicará el Km. 1 y cien metros después, se ingresa al túnel, construido por los ingleses para el ferrocarril, que terminó siendo cueva de malandras y cirujas, boliche bailable, avenida rápida, un espacio de ladrillos descubiertos que invitan a la imaginación. A la salida, el Km. 2, adelante la casa del Tango -un edificio de finales del siglo XIX, comienzos del XX- y al otro el “pariente del mar” que impacta con su grandeza y humildad. Un tramo por la costanera para doblar en Bv Oroño con edificios modernos y mas allá las casonas suntuosas del “art deco” y “art nouveau” construidas entre 1920 y 1950. A la altura de Pellegrini el edificio de Tribunales y enfrente el museo Castagnino, la rotonda y adelante el Parque Independencia.
Los autos de los rosarinos ya saben que en las mañanas de domingo no pueden circular por este bulevar y este parque. Este circuito de trece kilómetros de calles y parques es el paraíso de chicos y grandes que andan por el asfalto caminando, corriendo, en bicicleta, patines, sin otro motor que su propio cuerpo. Como quien dice, un paseo de tracción a sangre.
El recorrido sigue por Oroño y entra en el Parque Independencia, un espacio verde y tradicional, lugar de esparcimiento de distintas generaciones.
Una curva, la calle Morcillo para rodear el coloso del parque, el club Newels Old Boys y los festejos y bromas de canallas y leprosos, una rivalidad con más de un siglo de historia. Los que conocen poco de fútbol rosarino no entenderán el porque los gritos de pecho frío, sin aliento, el saludo con cuatro dedos.
Cuentan que el apodo nació cuando Newels Old Boys invitó a jugar un partido a beneficio de los leprosos y Rosario Central se negó. Otra discusión es la del Che. Los centralistas dicen que es de ellos, los leprosos aseguran que el Che peleó por la roja y negra, bandera de la libertad centroamericana.
Curvas y contracurvas por adentro del parque, rodear el hipódromo, el estadio municipal de atletismo, agarrar 27 de febrero, el Club Provincial, retomar Oroño, bordear el Museo de la Ciudad y Escuela de Jardinería, el club Gimnasia y Esgrima Rosario, el cartel Km. 10, otra vez Oroño, Av. Pellegrini, la que vive de noche y corre de día. Iremos por esta hacia el río, quizás en alguna mesa todavía quede algún borracho de la noche anterior. Algunos bocinazos intentarán aguar la fiesta. Los ansiosos existen y hay que soportarlos, no justificar, pero si soportar. Lo más curioso es que son capaces de mirar por televisión y comentar con admiración que en el maratón de Nueva Cork, Londres, Paris la ciudad entera se viste de Maratón y que no se ve ni un auto en las calles.
Curva en calle Necochea, curva en Montevideo para recorrer el Parque Urquiza, a un costado el Planetario, más adelante el anfiteatro, la Av. Libertad, adelante el monumento pero saldremos para el otro lado por Av. Belgrano, pasando la rotonda de Pellegrini rumbo al sur, el cartel Km. 17, hasta los restaurantes Sunderland y Wembley, dos boliches portuarios que se transformaron en espacios selectos. Retorno por Av. Belgrano, entre el río y la barranca, las frondosas tipas que en otro momento se visten de amarillo, el empedrado con su aliento viejo pero fuerte, y adelante el Monumento, el grueso del público, el cartel Km. 19 y a mil metros de nuevo el Túnel con su pendiente larga y dura, la Costanera, el Paraná, los silos Davis ahora museo de arte contemporáneo, las torres Dolfina, mi amigo Guido mirando desde la ventana, un pedazo por Av. Francia, Pje Teddy, Gorriti, Av. Avellaneda, el cansancio frente a frente con el deseo, las ganas contra el imposible, adelante Arroyito, el estadio de Rosario Central, la pampa del Negro Fontanarrosa. El Negro, que desde el cielo sonríe por nuestro espíritu atlético, nuestras ínfulas sin cuerpo, por este capricho de correr para ganarle a nuestro asombro, para dormir en la indiferencia de la gente y permanecer en la memoria de cada corredor que jamás olvidará la experiencia de esa mañana.
Para mí, el primer maratón de 42 Km. es comparable al nacimiento de mis hijas y nietos, la publicación de un libro. Es un hito en la vida y creo que es una fecha inolvidable en la memoria de cualquier maratonista.
El trayecto se extiende por la costanera hasta la rotonda Gallo para volver por la misma avenida entre la barranca y el Paraná que a esa hora se empieza a llenar de embarcaciones. El parque Alem con su arboleda, la cancha de Rosario Central, doblar por Gorriti, doblar por Monteagudo, Gral. López, Junín, 35 km que duelen y pesan, Av. Francia y el parque Scalabrini Ortiz con su viento que sopla en contra, de frente o de costado, siempre en contra, cansancio y viento, orgullo y bronca en el pecho y en las piernas, los corredores están en estado de liquidación pero sin oferentes, nadie que los quiera llevar, a la salida del parque el cartel Km. 38, falta apenas el 10%, poca distancia mucha pierna, una recta corta por la Av. Francia y después de la curva la Costanera. A esa altura el Paraná no tendrá el aliento romántico, parecerá viejo y cansado, otra vez las torres Dolfina, Los silos Davis, la casa del Tango, Km. 40, las oficinas municipales, la Isla de los Inventos, el ansiado Km. 41, la bajada del Club Universitario y al pie, la costanera del final, las hermosas casonas, los palos borrachos mas erguidos que los atletas que acarician la meta, su meta, su ambición que paso a paso se concreta. A esa altura se escuchan los vivas, los alientos, las felicitaciones.

Omar Marsili
Autor de “el maratonista”
Y “el paraíso sobre tus zapatos”


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